martes, 7 de febrero de 2012

LADRÓN DE BICICLETAS

 No pretendo ser extenso pues carezco de información y conocimiento de los entresijos del caso Contador, por lo que sólo voy a hacer una reflexión general. Como aficionado (apasionado hace años) al ciclismo, he seguido –vía blogs- de reojo la lynchiana evolución del solomillo, el circo montado en torno al mismo y las presiones ejercidas por ambos bandos.

El código Mundial Antidopaje es tajante con la presencia de cualquier sustancia prohibida en la muestra de un deportista. Contador da positivo por clembuterol, nimia cantidad. Se cumple la reglada legislación en la materia. El riesgo es objetivo en la esfera del ciclista. Ahí no hay controversia posible. El turno es de los jueces, intérpretes de la ley desde postulados fácticos y con imperante sentido común. Fallan en su contra y la sanción de dos años pesa como losa maciza en su sillín. Se puede valorar el fallo desde ambos puntos de vista, por muy rocambolesca que parezca la defensa del de Pinto o la reversión de la carga de la prueba del tribunal. Ahora bien, no se puede aprovechar la coyuntura para convertir la causa en un delirio chauvinista o para escupir bilis contra todo aquello que huela a Quijote. El blanco y el negro, ese mal endémico de la opinión.


Hecha la puntualización, pasaba por aquí para erigirme en abogado y no en juez del ciclismo. Vittorio de Sica, puntal del neorrealismo italiano, reflejaba la angustia de un padre arrebatado de su tesoro más preciado: la bicicleta. Las dos ruedas era el medio para competir (trabajo) y el fin la supervivencia junto a su hijo (dinero). La tensión narrativa sube con el paso de la cinta hasta embadurnar la pantalla de pasos de desolación. Y para panorama desolador el del mundo del ciclismo. La chincheta del ciclista está clavada en el centro de la diana y la purga ha actuado en casi todos los podiums de las grandes vueltas en los últimos años. El caso Festina fue el punto de inflexión y a partir de ahí se estableció una normativa espartana que huía de toda lógica y –en ocasiones- mostraba su cara más surrealista.

Controles intempestivos, la Operación Puerto y Alejandro Valverde, la expulsión de Rasmussen del Tour de 2007, la curiosa habilidad de poderosas escuadras para escapar de las redes del dopaje, etc. Llueve sobre mojado y el chapapote siempre afecta al mismo: al ciclista. Alberto Contador, Floyd Landis, Alejandro Valverde, Roberto Heras, Stefano Garzelli, Ivan Basso, Marco Pantani, Bernhard Kohl, Riccardo Riccò…y un largo número de ilustres corredores castigados por la sombra del dopaje. Sustancias insignificantes para la mejora del rendimiento caen en el cebo, suplementos permitidos en otras especialidades son penalizados. El margen es angosto.

El doping existe. Es vox populi. El río siempre ha ido acaudalado. Como valoración personal, extraño debe ser el caso de deportista de perfil aeróbico extremo que no incrementa su rendimiento con una de las muchas sustancias prohibidas (sólo queda que el efecto efervescente de los Fresquitos sea doping). No sólo por razones de competitividad, también para mitigar el dolor físico provocado por los largos esfuerzos. La ética se convierte en un concepto abstracto matizable cuando la frontera entre lo lícito y lo ilícito es ridícula. Se deciden unas normas en base a unos intereses y se aplican las mismas –supuestamente- como geiser de la deportividad.

No se trata de cobijar en el ciclismo una barra libre de sustancias artificiales, sí de regular los umbrales y flexibilizar la normativa. Conceder mayor discrecionalidad a los estamentos administrativos y agilizar los procesos pendientes para no convertir en indebidas las dilaciones. Por el bien del deporte, del ciclista, del espectáculo, de los aficionados. Tratamiento al moribundo. Todavía puede salvarse.

Del banquillo al camerino: Sobre la sanción económica de 2 millones de euros si que me pronuncio: desproporcionada, sanguinaria y recaudatoria. Ánimo Contador. Volverá ese bello duelo con Andy Schleck. Esto es todo. Tras la excepción, volveremos con más fútbol.

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